Bosquejo de relato

La primera imagen sexual fue mi tía cambiándose de ropa. Con la puerta abierta, sabiéndo que la mirábamos. Recuerdo verle los pechos  peuqños y los pezones marrones, recuerdo que pasó mucho tiempo así con el torso descubierto fingiendo la ropa, hasta que muy ligeramente cerró la puerta. Después me metía a su habitación, a escondidas cuando veía que nadie más estaba en esa casa grande y oscura. Abría el cajón de su ropa interior y olía y me frotaba con los encajes de sus tangas. Recuerdo el primer olor a mujer, profundo, agrio, esa mezcla de sangre y vida. 

Esa primera imagen de seducción, fue apropósito. 

Cuando miro a jugar a Ricardo se produce en mi estómago una sensación de lejanía, como si él fuese una imagen enmarcada que pertenece a otra pared y a otro tiempo. Empiezo a sentir que he perdido algo y eso me preocupa. Que dejé olvidado algo que era muy preciado en algún lugar. Ayer por la noche, cuando Ricardo llamó a casa yo estaba muy entusiasmado como lo es él ahora. Muy entretenido con mostrarle mis nuevos juguetes. No nos veíamos mucho porque a principio de este año se había cambiado a otro colegio, y aunque no era muy lejos del barrio casi nunca coincidíamos en le horario. Pero siempre nos llamábamos, los fines de semana y hablábamos horas. Pero ahora no tengo ganas de jugar, siento fastidio de estar en esta habitación, prefiero mirarlo, sentarme un rincón de su cama y verlo jugar. Tengo una sensación muy fuerte en mi cuerpo, no es nueva, es algo que he sentido en otro momento no se en cuál, no puedo decirlo exactamente cuando. Ahora me doy cuenta que esta sensación me hace perder el interes de estar con Ricardo.

Anellisse está callada, sentada en una silla, en la fila de los adultos. Tiene la mirada hacia abajo, el cabello cae por su rostro. Sé lo que está pensando, sé que esta fingiendo lástima de estar ahí. En realidad creo que todos están fingiendo la tristeza o la seriedad, preferirían estar en otro lugar y hacer cualquier otra cosa. Pienso que la vida de los adultos es una vida llena de obligaciones que no pueden esperar, no pueden perder tiempo, siempre hay algo que hacer y ese algo es siempre una cosa seria e importante. Mi madre llora, sostiene un pañuelo empapado que a cada tanto dobla y vuelve a empaparse. Una señora, muy mayor que no sé quién es le dice: "El año pasado murió Alejo, mi sobrino, tenía dos años más que él" y señala el cajón excesivamente adornado con todo tipo de flores de plástico, regalos y fotografías. dentro está Ricardo en un traje ajustado, muy pálido, las mejillas y los labios maquillados. La cabeza hinchada, recostada en un almohadón blanco, con el golpe muy grande, muy notorio, aún latiéndole en el parte trasera de la cabeza.  No sé muy bien cómo sentirme, no sé si me importa mucho estar aquí. Cuando mi madre me dijo que debía bañarme y cambiarme de ropa, la verdad no tenía muchas ganas de hacerlo. Hace sólo un momento, me obligó a mirar a Ricardo dentro de la caja pensé que no quería tener está última imagen de él. Cuando cuando mi madre vino a mi habitación en la mañana y me despertó, me dijo muy nerviosa lo del accidente, y que que Ricardo dormía en la parte de atrás y no tuvo tiempo de nada. Ese momento elegí la imagen con la que quería recordarlo, que quería tener para siempre conmigo. Lo recordé jugando muy concentrado con sus juguetes, dándole vida a sus muñecos, y después guardarlos muy ordenadamente en un cajón  grande. Recién peinado, con los pantalones jeans un poco anchos, la camiseta blanca, un poco avejentada porque siempre le gustaba ponerse cuando iba a visitarlo, me hablaba de que iba visitar a la familia de sus padres, le notaba una vos emocionada, . Tal vez ya lo sabía en ese momento, no estoy seguro. Pero quiero pensar que me alejé ese día y lo ví desde el rincón de su cama por que moriría unas semanas después, en el inicio de vacaciones, en un accidente de auto en  la carretera a Santacruz.

Voy al baño, camino por un pasillo sucio, donde los adultos empiezan a hablar fuerte y a destapar botellas de cervezas y tirar el líquido  por el suelo, cierro la puerta de madera y enciendo una luz amarilla. Me miro orinando, sosteniendo mi tito con las manos, tratando de no mojar la taza. Sé donde quiero estar, la puerta entreabierta me invita, puedo verla ahora, puedo mirar un cuerpo inquieto que se mueve dentro. El torso desnudo, la silueta de unos pechos pequeños. Alguien que se cambia de ropa una y otra vez y que está llamándome.

Annelisse me pregunta porqué tardaba tanto en salir, me vió entrar al baño y esperó. Tiene, escondida dentro de las faldas una botella de cerveza que logró sacar sin que nadie se diera cuenta. Antes de irnos atrás le digo que me espere y aviso a mi madre que iré con Fabio a comprar cosas a la tienda. No le cuento que estaré con Annelisse. Mi madre no quiere que hable mucho con Annelisse porque ella es unos años mayor que nosotros y eso es algo que  a mi madre no le gusta. Miro a Anelisse inclinar el vaso de plástico y sostenerlo sin que la espuma se revalse, eso me impresiona mucho. Bebo el primer trago y espero que el líquido amargo pase por mi garganta. Me da asco. Pero me gusta la espuma. Sólo disfruto esa sensación burbujeante de los tragos que Anelisse me sirve, el sabor no me agrada mucho, nunca había bebido un líquido que me hacia recuerdo al sabor de mi pis. Entonces escuchamos una canción, al principio muy lejana, después la voz de un hombre nos dice muy cerca al oído "Seís ajices disecados, yacen rojos ahorcados, adornando la pared. Sé muy bien no soy tan malo, inclusive aveces bueno, pero ahorita yo no sé" Miro muy atentamente caer las lágrimas por el rostro de Anelisse, que está como hipnotizada, sorbiendo el líquido de su vaso de plástico. Solo hasta entonces me doy cuenta que tiene los labios pintados de rojo, es la primera vez que veo a Anelisse con los labios pintados. Quiero decirle algo, nunca he visto llorar a nadie yan cerca mio. pero mis palabras están adormecidas al igual que mis manos. Me quedo mirándola, como en acto de reverencia y una vez más la canción vuelve, y esta vez se hace más profunda y nos dice "Una luna me va a motivar, a Neptuno me voy a largar, estaré mirando lejos, no es amor es por pendejo". Es así que decido ingresar en la habitación, lo primero que llama mi atención es lo ordenado que está todo. oscura, estoy nervioso hasta que escucho la puerta tras de mi cerrandose, y no tengo más dudas. Ella me toca la espalda, siento un frío y me doy cuenta de que estoy sudando, baja su mano y me acaricia la espalda. Me agarra la mano y dice "tócame" entonces recorro, temblando, una superficie lisa hasta llegar a los pechos. Me sorprendo de lo mucho que he ingresado a la habitación. Quize hacer memoria de cómo había entrado allí o de quién había abierto la puerta. Dentro era todo muy distinto, distinto talvez a la imagen que había creado todo este tiempo. La ropa sucia amontonada en un rincón, las paredes parchadas de cal, las pocas cosas con la que la gente había decidido vivir, l y la bombilla de luz amarilla ilumnándonos. Israel fue al primero que reconocí, por el peinado que le cubría los ojos, la piel excesivamente morena, quemada por un sol, dinstinto a los demás. Estaba de pie, apoyado en la pared. Su madre, grande y blanquísima se acariciaba el largo pelo que le caía por los hombros, miré las uñas de sus pies, pintadas de un azul, calzaba unas sandalías sucias, rotas de tanto caminar. Al fondo, Gabriel empezaba a quitarse la camiseta y me miraba muy fijamente. La silueta del hombre con el torso desnudo, sentado en la cama, con las manos apoyadas en el colchón. Me  invitaba a una sola cosa. Dentro de mi parálisis, dentro de las manos sudorosas, supe que era una invitación, ese era mi momento. Y mecanicamente mis pies empezaron a caminar en línea recta, a esa otra habitacion ligeramente iluminada. Al recorrer el largo pasillo miré lo que sería un espejo apoyado en una mesa, un espejo sucio y roto, con grietas donde me ví reflejado, ligeramente miré lo que había dentro y miré mi rostro y mis manos, y atrás mío una mujer, muy delgada que desnuda del torso que se probada ropa y luego volvía a desnudarse.  Donde me esperaba la pérdida, donde me esperaban besos de aliento alcoholico, y caricias duras, frías, de manos ásperas y grandes un olor a gente extraña. 

 El sonido constante del perro lamiéndose la herida me molesta mucho. Ella tiene un perro negro pequeño.

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