24 de diciembre

Estaba ya acostumbrado a los mensajes que Jimena me mandaba muy temprano por la mañana, recordándome nuestra sesión a las 3 de la tarde. Rara vez cambiaba de horario o de día, así que por muchos meses, que tampoco fueron los suficientes, reservaba casi ceremoniosamente ese día para hablar de aquellas cosas que me molestaban. Reeducarme, programar mis conductas, dejar a un lado aquellas ideas negativas, esas costumbres que estos últimos meses me habían traído un montón problemas. Entraba al edificio con las gafas puestas talvez con vergüenza de que alguien pudiese reconocerme. Subía los pisos por las escaleras, nunca tomaba el ascensor, y recuperaba el aliento un momento en la puerta de su consultorio. Al salir del edificio volvía a ponerme las gafas oscuras, y divagaba por la ciudad hasta encontrar algún lugar para sentarme. Limpiándome el sudor de la frente encendía un cigarrillo y deseaba encontrar a Laya en la gente que veía en la calle. Muchas veces me vi recorriendo los lugares que solíamos caminar. Pensaba que ahora, con lo fácil que es encontrar gente por internet, era patético querer encontrarse a alguien en la multitud. Bastaba tan sólo con escribir nombres y presionar el botón de enviar. Nunca sucedió, nunca más la volví a ver. Retornaba casi siempre por las noches, a la casa vacía y oscura, que no me pertenecía, que necesitaba ser habitada y limpiada todos los días. Me quedaba un poco a la expectativa de la semana que apenas se acomodaba, para volver el próximo martes a las 3 de la tarde al consultorio de Jimena y hablar del abuso que había sufrido de niño. 

Una vez más me encontraba solo, sin saber a dónde debía ir. Hasta que una noche dejé entreabierta la puerta de mi habitación y entró muy despacio la gata blanca que se acomodó entre mis piernas y decidió quedarse. A Hacerme compañía, como a mis 12 años, cuando la sostenía muy pequeña en mis manos. Había crecido ahora, su pelaje era espeso y blanco y tenía esa mirada antigua y paciente; un ojo azul y el otro verde. Y sabía, con una intuición propiamente felina, que lo que más importaba entre nosotros dos a partir de ahora, y para siempre, eran los silencios. 


Comentarios

Entradas populares